Quién no conocía en el barrio aquella agradable y servicial vecina. Casa modesta, de puertas bajas y ventanas pequeñas, y como mimetizando el lugar pintada de color verde. Ubicada en una esquina de la manzana, solía ser la vivienda más visitada.
Su carácter bonachón, de mirada tierna, con un simpático ¡Adelante!, hacía que sus visitantes ya se sintieran mejor cuando pasaban el umbral de la puerta de calle.
Un empacho, un dolor de muelas, una terrible jaqueca, y porque no el mal de ojo, eran las consultas mas solicitadas.
Nunca aceptaba dinero, solamente un humilde regalo de ocasión. Un pan casero, una caja con huevos frescos, o un simplemente ¡Muchas gracias!,
Con la paciencia que los años le habían asignado, tomaba su característica “tira” y comenzaba la tradicional ceremonia.
“Hay por Dios, mire hasta donde le llega la medida, es un gran empacho”.
“Son tres curas, me lo debe traer nuevamente mañana y me lo tiene livianito de comida”.
Así fue durante muchos años, visita tras visita, sin una queja, jamás una mala cara. Pero la vida también hizo mella en su salud, y un día nos quedamos sin Doña Tuca.
Se había ido una referente del barrio, ya todo era diferente. La casa vacía, mudo testigo de tantos favores.
Los tiempos han cambiado, y aquella tira mágica, con las palabras sagradas de un ser especial, fueron sustituidas por pastillas, análisis y adelantados equipos de investigación.
Pero aquel calor humano y la esperanzada palabra de aquella adorable anciana, no se puede olvidar.
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