Lejos pero aún en mi memoria, tengo grabado los juegos de mi niñez. Qué manera de correr atrás del aro, sin perder el equilibrio para no sentirse humillado. Mi querido camión de madera, donde trasladaba las pequeñas bolsas de trigo, confeccionadas por mi madre. En aquellas tardes soleadas luego del horario escolar, a jugar a los vaqueros o al escondite.
La improvisada cancha de bochas, en el fondo de mi casa, hacía un reencuentro de todos los amigos, y compañeros de clase.
No había ganadores ni perdedores, éramos amigos. Con aquella pelota de cuero jugábamos en la calle, teniendo precaución de no ser observados por un guardia civil.
El juego de la bolita era la atracción de niños del barrio, y de los que pasaban circunstancialmente. El juego de la troya, con bolitas de atractivos colores y la más codiciada la verde esmeralda, que traía la botella de chinchibirre, que se rompía para hacerse del preciado bolón.-
Los álbumes de colecciones de figuritas, que generalmente se cambiaban las repetidas en el recreo de la escuela.
Lógicamente muchas veces en el juego de la tapada, se podía recuperar alguna nueva.
Los más habilidosos jugaban con el trompo, rodeados por los niños que curiosamente trataban de aprender.
Muchas veces nos juntábamos un grupo de los de buena puntería, que junto con la honda o gomera, nos íbamos a un monte cercano.
La competencia con la pandorga o barrilete, se lograba en aquellos días que la brisa nos permitía que se elevara lo más alto posible, el cometa que con tanto esmero habíamos fabricado.-
Las niñas del barrio tenían también sus juegos, como: saltar la cuerda, la rayuela o algunas llevaban entre sus brazos la muñeca que los últimos reyes le habían dejado.
Pero un juego de todos era la manganeta o payana, que tirados en el piso muchas veces no escuchábamos la campanilla del final deL recreo, o el llamado insistente de nuestra madre.
El paraíso frondoso del vecino de la esquina, se estaba quedando sin hojas, al ser trepado por los más bandidos.
El monopatín era la figura más codiciada, ya que en el barrio eran pocos los favorecidos. ¡No importaba! Aquel monopatín de color verde se compartía en los horarios de juegos.
Pero se acercaban las noches de San Juan y San Pedro. Con que poco éramos felices al ver quemarse un montón de pasto seco, guardado para esa ocasión, o una luminaria fabricada con un tarro en desuso, grasa vieja y una mecha.
Aquellos 24 de junio los esperábamos ansiosos a los judas del barrio, que seguramente serían como todos los años una atracción. ¡La bomba de la cabeza!.
Los rompecabezas, el caracambio, el ludo, los libros de cuentos, y otros entretenimientos de aquella infancia, hoy perdidos en el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario