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martes, 29 de marzo de 2011

LA ESTRAÑA PASAJERA

   Era una mañana fría de fines de otoño. Tomé mi equipaje y me dirigí velozmente a la estación. Al llegar veo frente a mi, un majestuoso ferrocarril,  pronto para partir. Sería mi viaje de bautismo, en semejante mole móvil, por esos diminutos rieles inertes y llenos de historias. Observo mi boleto, comprobando que mi destino estÁ marcado para el vagón número dos. Decidido a comenzar el viaje, subo lentamente la escalerilla, ubicándome en un asiento junto a la ventanilla. Desde allí si el tiempo me lo permite, me deleitaré con los diferentes tonos de verdes de nuestros campos.
   El sonido del silbato de la locomotora, me indica que en pocos minutos más comenzaré mi peregrinar, en esta nueva loca aventurera que he decidido realizar.
  Cómodamente sentado observo el pasillo del vagón. Sin apuro y como buscando un lugar seguro, se acerca una coqueta anciana. Amablemente pide permiso sentándose a mi lado. ¡Su rostro me era familiar! Abre lentamente su cartera, retirando un pequeño libro de tapas rojas, envejecido por los años de buen uso. Luego como sincronizada por la experiencia, sus lentes y un delicado pañuelo de mano. Su silencio y la lectura fueron su compañía por más de una hora. Me mira con una ternura de madre, se levanta del asiento caminando en dirección del gabinete higiénico. Cuando regresa retira de su equipaje una antiquísima Biblia, que la acompaña en sus manos hasta el final del trayecto. Su mirada refleja un pasado lleno de exquisitos recuerdos. Una rara sensación siente  mi pecho. ¿Quién estaría a mi lado?
   El viaje continúa en silencio, solamente miradas entrecortadas, acompañadas de sonrisas fugases. El guarda nos comunica que faltan pocos minutos para llegar a nuestro destino. Nuevamente abre su cartera, buscando afanosamente una libretita de apuntes y  lápiz. Escribe y suspira.
   Nos bajamos en el andén de la estación, y antes de retirarse me agradece la compañía entregándome una simple esquela. Rápidamente se me pierde entre la gente. Tembloroso, con miedo, leo. “Siembre debes recordar a quien con amor y paciencia te enseñó las primeras letras”. Como un niño desconsolado irrumpí en llanto, decidiendo regresar en el próximo tren.

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