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domingo, 24 de octubre de 2010

EL REGRESO ASEGURADO

    Llegan al cielo, una prostituta, un cura, un anciano, una dama de sociedad y una enfermera.
        Sin mediar palabras entre ellos, ingresan a una amplia sala, donde en su centro había ubicada una mesa y cinco sillas.
        Se miraron entre sí, y pensaron en común: ¿Para que será esto?
        Un simpático ancianito ingresa a la sala.
 De inmediato le extendió la mano a cada uno de ellos y les dijo:
    “Bienvenidos a la antesala del Cielo”
 El veterano cura, no pude con su curiosidad y preguntó: ¿Qué debemos hacer en esa mesa y sus respectivas sillas?
    El simpático ancianito les dijo: “Allí, uds. deberán reflexionar sobre sus vidas, y luego Dios, hablará con Uds.”
  ¿Y donde está Dios?, preguntó nuevamente el cura. “Cuando sea necesario el estará con uds.”
  Después de un largo rato de mirarse mutuamente, la dama de sociedad alega: “A mi me parece que debemos hablar por turno, de acuerdo a nuestras posiciones sociales”.
   Una suave voz señala: “Estimada señora. En este lugar todos son iguales.”
   Se vuelven a mirar, y el anciano rompe el silencio: “Comenzaré con mi reflexión, que realmente es sencilla y rutinaria. Nací en un humilde hogar, y desde muy joven trabajé en un parque, hasta el día de mi regreso. Ayudé a niños a buscar su pelota, acompañé a personas necesitadas, disfruté de la conversación de los adolescentes, cultivé flores, y aprendí a escuchar el trino de los pájaros.”
  ¡Que aburrido! Expresó la prostituta. “En mi caso personal, nací en el seno de un prostíbulo, mi madre era prostituta, y yo orgullosamente seguí sus pasos. En él, viví la alegría y la satisfacción de los hombres, la algarabía, la música desbordante, el alcohol y el sexo todos los días de mi vida terrenal, hasta que por circunstancias que no vienen al caso, me tocó regresar.”
  ¡Que horror! Exclama la dama de sociedad. Nací en cuna de oro, siendo mis padres importantes empresarios. Desde niña viví sobrada de todo, y me hacían todos los gustos. Me casé con un hombre muy adinerado, viajamos, nos hicimos todos los gustos, hasta que una penosa enfermedad me envió de regreso.”
  ¡Por favor! Asevera la enfermera. “Mi infancia transcurrió en el medio de una villa. Desde muy joven pude apreciar las miserias y necesidades de la gente. Siendo adolescente ingresé a trabajar a un hospital, donde aprendí a convivir con el dolor humano y la mismísima muerte. Mi entrega fue total, hasta el momento de mi regreso”.
  ¡Hijos míos! Comienza diciendo el cura. “Cuando niño mi madre jamás me contó quien era Jesús. Ya adolescente, sentado en una plaza tuve la necesidad de ingresar a la Parroquia. Desde ese momento comencé a comprender que mi vida tenía que dedicarla a los demás, y así lo hice hasta que llegó la hora de mi regreso.”
  Los cinco invitados a la mesa, habían expresado en breves palabras el camino trazado en su vida terrenal.
   El silencio se apoderó de la sala, y todos esperaban la palabra de Dios.
    Regresa a la sala nuevamente el ancianito y les dice:
 “Vuestras verdaderas reflexiones aún no las han expresado, y Dios las está esperando”.
  ¡Tiene razón! Indica el anciano. “Perdí tiempo en frivolidades y no tuve tiempo para jugar con mis hijos, cuando ellos lo necesitaban.”
  ¡Sin duda! Continúa la prostituta, “jamás le di las gracias a mi madre por sus sabios consejos”.
  ¡Para que tanto dinero! Reflexiona la dama de sociedad. “Si debía haber estado más tiempo junto a los que realmente lo necesitaban.”
  ¡No hay duda! Expresa la enfermera. “La entrega a cambio de un sueldo fue total, pero cuando mis padres necesitaron compañía, yo no tuve tiempo”.
  ¡Perdón Dios! Se confiesa el cura. “Evangelicé a tanta gente, no haciéndolo con mi propia madre, cuando tanto lo necesitaba”.
   Una luz brillante ingresa a la sala, y casi de inmediato una voz dulce llena de sabiduría, les dice:

“EN LA VIDA NO ES NECESARIO REALIZAR GRANDES COSAS, HAY QUE HACERLAS.
CUANDO SABEMOS RECONOCER  NUESTROS ERRONES Y  OLVIDOS, TENEMOS ASEGURADO EL REGRESO JUNTO AL PADRE.”

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