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martes, 26 de octubre de 2010

RECUERDOS DE SAN JAVIER

Comenzaba mi vida laboral y el destino me tenía reservado aquel pueblito pequeño,  con el corazón abierto a todo aquel que llegaba a él. Con apenas veinte años, y sin experiencias anteriores, dejé la casa de mis padres para encontrarme con un grupo de familias y vecinos, que hicieron las veces de padres adoptivos. Esta comunidad de inmigrantes rusos, me enseñó la confraternidad, aprendiendo a compartir noches de anécdotas, historias de vida que dejaron  un bello recuerdo, que aún a cuarenta y cuatro años, fluyen a mi memoria.
   El recordado Don Nicola Kulik, nos abrió las puertas de su casa, al igual que a otros compañeros, donde en su bar y comedor supimos disfrutar de la exquisita y abundante comida de su esposa. A pocos metros del comercio estaba instalada una vivienda, que compartíamos con el grupo de compañeros.
     Muy cerca del pueblito de San Javier, está ubicada la Colonia Ofir, que según nos contaban allí se realizaron los  primeros asentamiento rusos, que mas tarde dieron lugar a la fundación de la villa San Javier. A muy pocos kilómetros ubicamos a la Colonia Gartental de inmigrantes alemanes, que llegaron a Uruguay, en la década del cincuenta.
   Estas y otras historias se fueron tejiendo durante las cenas, en las cuales supe saborear el exquisito shaslik. Era imposible saber de que se trataba. La primera vez que me invitaron a una cena familiar supe que era carne de cordero que se prepara con antelación en base de limón, cebolla y condimentos, para luego cocinarlo a fuego y brasas en forma similar a las brochettes.  Lógicamente no podía faltar el aperitivo del kuas, un licor obtenido por fermentación de la miel y los estampados en cera. Era un nuevo mundo de conocimientos que se abría antes mis ojos.
   Como olvidar la generosidad y el buen trato del inmigrante, que te ofrecía su casa como uno más de su familia. Escuchábamos atentamente los recuerdos que habían sido legados por aquellos primeros inmigrantes provenientes de Tífilis y Bakú, región del Caúcaso en Rusia. Según parece que los primeros inmigrantes fueron guiados por Basilio Lubkov, su conductor espiritual, llegando a estas tierras en el año 1913. Una calle de la villa San Javier, lleva el nombre de ese recordado inmigrante.
   Costumbres ancestrales mantenían esas familias, que de ninguna manera hacían sentir incómodo al visitante. Su actividad agrícola era la base de sus ingresos, utilizando el clásico “carro ruso”, donde transportaban su producción.
   Don Nicola Kulik, un ruso de ley, nos contaba algunas de las actividades que comenzaron a desarrollar los inmigrantes.   Fueron los pioneros en la siembra del girasol, materia prima que utilizaban para la industrialización de un aceite de muy buena calidad. Parece que en sus comienzos sembraban el lino industrial,  utilizando sus fibras para la fabricación de telas.
       Las noches se nos hacían cortas para escuchar aquellas historias que forjaron la identidad de la villa. Recuerdo que los días miércoles teníamos función de cine. En un salón de la calle principal, ubicados en sillas de carda ordenadas prolijamente para la ocasión, era nuestro intermedio semanal. La presencia de los rusos era muy característica, por el consumo de girasol tostado.
   Vida nocturna nula, esperando el fin de semana para concurrir en algunas ocasiones al Centro Cultural, a deleitarnos con un grupo de jóvenes bailarines de danzas rusas. Los muchachos con sus clásicas bombachas y botas de caña larga. Las muchachas con vistosos vestidos de colores. Aquella película de mi vida que pasó en blanco y negro, hoy la veo en colores. ¿Por qué no atesoré más recuerdos de ese folklórico pueblo? Hoy te doy las gracias San Javier, por haberme dado la oportunidad de conocerte.


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