Jesús caminaba lentamente, por un hermoso camino rodeado de coloridos arbustos, y de flores silvestres.
En un momento de su peregrinar encuentra a un niño que junta estiércol en un establo. Sigue caminando y logra divisar otro niño acompañando a un anciano, que seguramente sería su abuelo. Al llegar a un escampado observa una hermosa vivienda, donde un niño se encontraba sentado en su mecedora, comiendo un pastel y contemplando la pelea de dos canes.
Jesús sigue su camino, decidiendo regresar.
- Isaías; responde el niño.
- ¿Por qué haces ese trabajo?
- Mi padre está enfermo y debo ayudarlo.
- ¿Qué esperas de tu vida Isaías?
- Qué siempre tenga fuerzas para ayudar a mis padres, y al que realmente lo necesite.
¿Cómo te llamas?
- Me llamo Sócrates, buen caminante.
- ¡Con que cariño acompañas al anciano!, dice Jesús
- ¡Por supuesto! Indica el niño
- ¿Por qué lo haces?
- El es mi abuelo, y entregó todo en su vida por nosotros, es justo agradecerle con la misma moneda.
- ¿Qué esperas de tu vida Sócrates?
- Que en la misma forma que acompaño al abuelo, lo pueda hacer con mis padres, y mis hermanos si fuera necesario.
¿Cómo te llamas?
- Mis padres no me permiten hablar con desconocidos. ¿Tú quien eres?
- Yo me llamo Jesús y quiero ser tu amigo.
- Mis amigos tienen mucho dinero, y los pobres no son mis amigos. Tú, apenas usas sandalias rotosas. apenas usas sandalias rotosas.
- No debes valorar a tus semejantes por la apariencia exterior. Talvez, aquellos que tu dices pobres, tienen valores muy ricos en su interior.
- ¡No me interesa! Mi padre tiene mucho dinero, y con él puedo comprar lo que quiera. ¡Ah! Mi nombre es Zararías.
Jesús se acerca y le dice:
- La humildad, la salud y la sabiduría no se compran. Pídeselas a Dios que él te las concederá.
El niño se sonríe y ve como Jesús sigue su camino.
Al tiempo regresa Jesús y decide caminar nuevamente por aquel camino:
Isaías ya es un hombre, que junto a su hijo trabajan en el establo.
¿Que ha sido de tu vida Isaías?, pregunta Jesús.
- Las enseñanzas que recibí de mi padre, se las estoy trasmitiendo a mis hijos, y me llena de satisfacción.
- ¿Has acumulado dinero? Le pregunta Jesús
- No lo he necesitado. Hoy tengo una familia unida, nos amamos, tenemos una buena relación con nuestros amigos, y respetamos mucho a nuestro padre.
Jesús apoya su mano en la cabeza del niño y le dice:
- Una semilla bien plantada, nos entrega el mejor fruto.
Sigue Jesús por el camino y encuentra a Sócrates:
Aquel niño que vio tiempo atrás, hoy es mayor y se encuentra sentado junto a su nieto, viviendo en las tinieblas desde hace mucho tiempo.
¿Qué ha sido de tu vida Sócrates?
- Esa voz la encuentro conocida sin temor a equivocarme; te doy gracias por tu nueva visita.
- ¿La falta de visión, que cambió en ti? Le pregunta Jesús.
- Absolutamente nada. Gracias a ella comprendí que no estoy solo, percibo el calor y el amor de mi familia, junto a los amigos de la infancia.
Y Jesús apoyando su mano nuevamente en la cabeza del nieto de Sócrates le dice:
- Hijo, “Cuando sembramos luz, cosechamos amor; Cuando nos ofrecen la mano desinteresadamente, no necesitamos ver, para caminar seguros.
Jesús sigue su camino, al encuentro con Zacarías.
A lo lejos puede observar una humilde cabaña de piedra, rodeada de frondosos árboles. Allí estaba Zacarías.
¿Qué ha sido de tu vida Zacarías? Pregunta Jesús.
- Perdón buen Señor, por no escuchar tus consejos. Perdí a mis padres a muy temprana edad, y aquel poderío que yo creía tener, se fue con él,
- ¿Cuál fue tu reacción, al vivir la nueva realidad?
- En aquel momento me acordé de tus palabras. Decidí buscar aquellos desinteresados amigos de mi infancia, quienes me ayudaron humildemente a tener un encuentro con Dios.
-¿Por qué hablas de encuentro?
- He aprendido a valorar pequeñas cosas, ver a mis amigos como hermanos, vivir con dignidad y sin soberbia.
Zacarías se arrodilla, llora y acaricia las sandalias de Jesús, las mismas que en su niñez las vio tan rotosas.
Jesús le dice: ¡Levántate hijo mío! , y apoyando su mano sobre el hombro de Zacarías, expresa:
- La grandeza de todo hombre, es saber reconocer sus errores con humildad, recibiendo a Dios como amigo y consejero.
Jesús sigue su camino, dejando a sus espaldas el fruto de su siembra. Se arrodilla junto a un pequeño arbusto, ora en silencio, agradeciendo y pidiendo al Padre, que multiplique esos niños por el mundo, para que todos encuentren el camino del amor.
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