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sábado, 13 de noviembre de 2010

QUIERO SER PRESIDENTE(3ra. y última parte)

   En un camión de transporte de ganado, se hará realidad el sueño de viajar a un destino desconocido. Lleno de conflictos, de gente trepadora, donde el que pega primero pega dos veces, en fin, todo sería poco para cumplir su meta.
   Varias horas de viaje lo unen entre su pueblo y la capital. Pero que enriquecedoras las experiencias de vida de ese chofer, que la próxima semana  cumplirá treinta años sentado al volante. Cuando llegan a destino, le agradece que le indique como encontrar la dirección de su amigo. Como buen gaucho del volante, decide llevarlo hasta el domicilio indicado. Se despiden y Pancho le dice que cuando el sea presidente, mejorará su condición vida. El buen chofer, se sonríe y siguió su camino. Golpea una y otra puerta preguntando si conocen a recordado compañero. Por allá al fondo de un pasillo, una arriesgada anciana le indicará donde debe golpear. El rostro sorprendido de su amigo, no se hace esperar. Es un cuarto muy pequeño, con baño compartido y muy poca ventilación, es lo único que le puede ofrecer. Casi de inmediato luego de guardar sus pocas pertenencias, salió en busca de trabajo. Largas horas de caminatas, promesas a futuro, -lo vamos a tener en cuenta-, eran parte de las expresiones que durante varios días debió escuchar. Un domingo casi desanimado llegó a una feria vecinal. Allí observó la dura realidad que le tocará vivir. Nada sería fácil, nada vendría del cielo. Se acerca a un puesto de venta de verduras. Su encargado bastante achacoso, y con varios almanaques sobre sus espaldas, le pregunta en puede  darle una mano. Sin dudar Pancho se pondrá a sus órdenes. El anciano puestero estaba muy enfermo y muy pronto alguien deberá hacerse cargo de la feria. El patrón del anciano, no dudó en el cambio, y la próxima semana estubo al frente del puesto.
   En las horas libres comenzó a vender diarios en los ómnibus, y en las paradas de taxis. Por las noches recorría diferentes barrios de la Ciudad, causándole indignación al ver tanta gente indigente durmiendo en la calle. Una noche la curiosidad fue muy fuerte. Acostado dentro de una caja de cartón estaba un anciano. Se acercó le preguntó su nombre, y porque dormía en la calle. La respuesta fue tan dura, que al finalizar su interrogatorio le dijo: -“No se preocupe buen amigo, cuando yo sea presidente, esto no va a ocurrir”. El desilusionado anciano, no levantó la vista ni para reconocer a Pancho. Seguramente pensó –“Este muchacho está más loco que yo-“Todos los días tenía oportunidad de encontrar pálidas diferentes, injusticias por doquier, y lo que era peor; imposibles de resolver.
   Habían pasado dos años que estaba viviendo en la Capital. Una tarde cuando llegaba a su cuarto, una carta estaba sobre su cama. La abrió, la leyó lentamente, dejando caer unas lágrimas sobre la borrosa escritura. Su madre había fallecido. Esa noche le comunicó a su compañero de cuarto, que debía volver a su pueblo, para reconstruir la situación de sus hermanos.
   Al día siguiente bien temprano emprende camino. Cuando llega otra mala noticia lo espera. Su hermano mayor, estaba en la cárcel. Decidido como siempre pidió para hablar con él. ¿Por qué lo hiciste Pepe, tú eras bueno? Entre llantos y abrazos su hermano le confiesa: -“Cuando muere mamá, no tenías para comer. Tú no estabas y no tuve más remedio que robar”. –“Tenías que haber pedido, antes de hacerlo”- “Lo hice y me lo negaron”. Una furia interior se apoderó de Pancho, y con un nudo en la garganta se retira de la Comisaría. Los demás hermanos también estaban sin trabajo, pero un plato de comida nunca les faltaba. Decide llevarse a uno de ellos con él, para que pueda trabajar en algo digno, y no tener necesidad de caer tan bajo socialmente.
   Ya con veinte años, y que con la experiencia forjada a fuego, parecían cuarenta. Se había hecho muy amigo de un portero del Palacio de las Leyes, quien le había prometido tenerlo en cuenta, si había una vacante en el sector de cafetería. Entre tanto conoció a una bonita chica, que según ella era secretaria de un político. No pasó mucho tiempo, cuando tuvo la oportunidad de intercambiar palabras, que al pasar los días se hicieron mas frecuentes.
   Su amigo el portero lo recomienda para la vacante en la cafetería del Palacio, entrando a prueba por seis meses. Educado, prudente, gentil y lo suficiente eficaz, logró que lo efectivicen en el cargo. Entre café y café con su amigo le decía: “Este es el primer escalón en mi carrera hacia la presidencia, no te olvides”
  Las charlas con el político seguían creciendo, y un día lo invitó a visitar el Comité. Allí conoció importantes dirigentes, hombres de negocios vinculados a la política, charlas comprometedoras, y aprendió como se cocinaban los arreglos partidarios, muchas veces hundiendo la competencia.
  Como las cosas iban mejorando decidió alquilar una vivienda, para él y su hermano. Su amigo estaba en concubinato con una guapa morena. Al salir de su casa, fue detenido por un joven en moto que le expresa: “Tú novia vende merca, y si no te alejas de ella, vas a ser boleta”- Muy velozmente se retira del lugar, dejando la duda en Pancho. A los pocos días luego de una exhaustiva investigación, comprueba los dichos del joven motoquero. Decidió finalizar la relación amorosa.
   Ya han pasado dos años, y en el Palacio, le propusieron trabajar en la portería de los legisladores. Oportunidad que no dejó pasar ni un minuto. Continuaba sus reuniones políticas, ya planteando algunos cambios que le parecían prudentes para el partido. Vinculado a fuertes empresarios, llega a ocupar el cargo de jefe de porteros del Palacio. Entre tanto le había conseguido a su hermano, el cargo vacante en la cafetería. En varias oportunidades en corrillos de Palacio, había dejado entrever su interés de llegar a la primera magistratura. Sus compañeros del partido le decían: –“Eres muy joven aún. Debes conocer muchos secretos y pagar muy bien el derecho de piso, para llegar a ser un simple candidato” – El escuchaba y veía la telaraña que se tejía a diario, en cada acción y decisión en el parlamento. Pero no le importaba, el llegaría a ser presidente.
   El día de su cumpleaños número treinta, padre de un niño de dos años, le informa a su esposa que está decidido a trabajar sin pausa, y con firmeza, para lograr el sueño de su vida.
    La lectura del material parlamentario solicitado en biblioteca, lo sorprendía muchas veces hasta altas horas de la noche. Las reuniones en los clubes políticos y las giras partidarias cada vez se realizaban con mayor frecuencia. Pero su férrea convicción de llegar no le importaba un quiebre familiar. El amor clandestino era moneda corriente en los ambientes por el cual transitaba.  No transcurrió mucho tiempo sin escapar de las redes persecutorias de las jóvenes arribistas, que a cualquier precio buscan un puesto público.  
    Su matrimonio tambaleaba, no pudiendo resistir el embate telefónico de chismes ponzoñosos y de mal gusto.
  Sus treinta y cinco años los cumplió sentado en una banca parlamentaria, ejerciendo la suplencia de su titular. Sus cuatro hermanos están ubicados en diferentes reparticiones públicas, llevando una vida más tranquila sin pretensiones políticas.
      Su pueblo natal quedó en el recuerdo. Prometió volver el día que fuera presidente. Todo parecía un antojadizo capricho, que no paraba un instante. Sus largas caminatas por los barrios marginados conversando con la gente, enriquecían su espíritu y lo llenaban de sabiduría, -lo comentaba muchas veces en reuniones de comité-. Una noche tuvo la oportunidad de ofrecer a sus compañeros una breve disertación y les dijo: “Uds. no ven como vive el pueblo, hay hambre, no tienen vivienda, buscan trabajo y le cierran las puertas, hurgan los basurales para encontrar una mísera comida, no se les permite expresarse, delinquen por necesidad, ¿no lo ven acaso?”. Sus compañeros esbozaron una sonrisa, lo miraron tiernamente y le contestaron: “- Si mantienes ese pensamiento, nunca vas a llegar a nada”.- Pancho ofuscado se retira, y por varios días no les pisa más el comité. Le parecía mentira que tuvieran una venda en sus  ojos, y un tapón en sus oídos. Esto debe cambiar, se decía a él mismo. ¡Pero como! Fueron muchas las noches de vigilia pensando en ese pueblo que nadie conoce, que nadie ve, que nadie registra. El desde niño había experimentado lo que veía a diario. Han pasado ya cuarenta años y todo sigue igual. Sus cabellos se teñían de un gris difuso, y las primeras arrugas visitaban su rostro. No me voy a entregar pensaba él, y comenzó nuevamente su lucha cuerpo a cuerpo con aquellos que no creían en sus palabras. Los méritos y el continuismo lo elevó a las primeras posiciones dentro de su partido. Faltaba la batalla final. No sería sencillo, tampoco imposible. En el camino había dejado familia, amigos, charlas de café y encuentros con Dios. Sus ideales de igualdad los llevaba puestos en sus zapatos y en su corazón la grandeza de servir. La necesidad de encontrarse con Dios, lo llevó a orar a una pequeña capilla. Cara a cara con el Señor, recordó como una película de ciencia ficción los avatares de su vida. Sus largas caminatas por su pueblo, en busca de comida, golpeando puertas de firmes cerrojos y caras largas de miradas indiferentes. Sus padres, sus hermanos, sus amigos. Le pidió a Dios que lo ayudara a cambiar, que donde hay odio haya amor, donde hay tristeza vuelva la alegría, donde surge el descreimiento vuelva la esperanza. Se retira lentamente, y en la puerta de la capilla un niño.-“Una monedita señor” -.Lo tomó de la mano, charlaron y prometieron ser buenos amigos.
   Pero había que volver a la realidad que estaba viviendo. Las elecciones.
   Todo finalizó.  Ese día rodeado de gente importante, de miradas expectantes, de público que no conocía, de amigos que hoy se acercaban, juró solemnemente: “Yo Pancho, Juro ante Dios y mi pueblo, cumplir con mis principios, sin tolerar presiones contrarias, ni pasiones encontradas. Vivir como Dios manda, sin mezquindades ni egoísmos.”
   El agotamiento a consecuencia de las interminables noches de reuniones, nervios, especulaciones y el deseo cumplido, ahora tenía otra meta, descansar.
   De repente siente un fuerte sacudón, y se despierta sobresaltado. Era su mejor amigo que le dice: “Arriba presidente el trabajo nos espera”
 

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