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martes, 30 de noviembre de 2010

UN REGALITO PARA EL DOCTOR


   En un pequeño pueblito, las personas más destacadas son el cura y el doctor. Don Jerónimo, un cura viejito, hace más de cuarenta años es  el director espiritual de su pueblo. La capillita muy sencilla, recibe durante todo el día, feligreses  que por diferentes motivos llegan hasta ella.
  Don Juan Antonio es el doctor de la comunidad.  Hace más de treinta años brinda sus servicios, con la misma dedicación que el primer día.
   Su puerta de calle, no tiene llaves, recibiendo a todos por igual,  a cualquier hora del día.  Los pacientes generalmente pagan sus consultas con presentes muy particulares; gallinas, huevos caseros, frutas, quesos, vinos caseros, dulces y en pocas ocasiones dinero. El doctor Juan Antonio agradece siempre con una sonrisa, y con fuerte apretón de manos despide a los mismos.
  Muy parecida es la situación del cura Jerónimo. Cuando sus feligreses llegan a solicitarle un bautismo, un casamiento, una misa en acción de Gracias, llevan a la capilla,  regalitos según la actividad comercial  que desempeñen.
   Muchas veces ambos se reúnen en un barcito del pueblo, a tomar un café. Charlan un buen rato, intercambiaban experiencias, entendiendo que sus servicios tienen algo en común. El doctor cura el cuerpo y el cura, alivia o cura el alma. La salud del cura Jerónimo se viene resquebrajando, por su avanzada edad, teniendo en cuenta que ya ha cumplido sus ochenta años.
    Se volvieron a reunir en el barcito a tomar un café.  El cura Jerónimo le reprocha a su amigo Juan Antonio, que hace varios domingos que no lo ve en misa, e inclusive no ha pasado por el confesionario. El doctor Juan Antonio, moviendo su cabeza, le responde que él tampoco lo ha visitado en su consultorio para un chequeo general.
    Pasaron varios días sin verse y se encuentran en el cementerio cuando sepultaban a Doña Elodia, la comadrona del pueblo.  Finaliza la ceremonia, y sin mediar palabras salen  juntos,  acompañando a los familiares.
  Cuando se despiden, ambos se prometen visitarse.
   Al otro día el cura Jerónimo llega al domicilio de su amigo el doctor.  Se sentaron, estuvieron varios minutos sin hablar, y al fin se rompe el silencio. ¿Qué te trae Jerónimo? le pregunta Juan Antonio.
–“Vengo por un dolorcito, pero… quería decirte que cuando tú llegaste a este pueblo, ya hacía más de diez años que yo ofrecía a mis feligreses los consejos y el apoyo que necesitaban”, indica el cura. –“Hoy necesito de tus servicios, pero no tengo dinero, ni especies para entregarte.” 
    Juan Antonio que escuchaba atentamente, se acomoda los lentes, traga saliva y le responde: “Cuando llegué a este pueblo, encontré en ti  al padre que perdí cuando era pequeño. Desde el primer momento nació en nosotros una bonita amistad, siendo tú mi consejero, mi apoyo en momentos difíciles, y un sosiego en horas de descanso. Es por eso que no me interesa  tu dinero, ni tus especias, porque me has entregado durante treinta años, tu amistad.”
  Estos viejos amigos, se abrazan, se sonríen, se miran a los ojos,  y aquella dolencia de la consulta desaparece.
     Muchas veces la mejor medicina, es el calor humano, el apretón de manos, la palabra justa y desinteresada entregada con amor.
  

1 comentario:

  1. Muy bueno tu blog Mario,que placer leer tantas cosas bonitas , algunas me transoportaron a mi infancia en el campo,las aves de corral, ,gracias por compartirlo.
    Fue un placer.
    KAMALI
    Escritora de la ciudad de San Javier.

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